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sábado, 2 de julio de 2011
jueves, 9 de junio de 2011
martes, 10 de agosto de 2010
no tengas miedo
No tengas miedo
Introducción
ponemos sanciones y lanzamos bombas. Ahora, empezamos incluso a sentir
miedo por nuestra propia descendencia, convertimos las escuelas en prisiones
virtuales y nuestras prisiones en campos de concentración y en morgues. A
todas éstas se pueden añadir varias ansiedades más, que impulsan a millones
de personas hacia la distracción, al menos en el momento de escribir esto: el
terrorismo, la guerra biológica y los aviones que caen del cielo.
Con ocho hijos y unas dos docenas de nietos, sé muy bien lo que significa
pensar en el futuro y sentirse asustado. Tras haber permanecido a la cabecera
de la cama de amigos y parientes moribundos, y haber luchado junto a ellos,
también tengo una ligera idea de lo que significa afrontar la muerte. Y, lo que
es más importante, he visto la paz que irradia de aquellos que no sólo han
combatido sus temores, sino que también han encontrado la fortaleza para
superarlos. Esa paz me transmite valor y esperanza y al contarle sus historias,
confío en que contribuyan a hacer lo mismo por ti, lector.
Hombres y mujeres corrientes, esas personas también tuvieron su cuota de
malos tiempos, de luchas, obstáculos y momentos bajos. Lloraron, se sintieron
asustadas, necesitaron consuelo y seguridad. La mayoría de ellas se habrían
desmoronado de no haber encontrado apoyo. Mas, para mí, su importancia
radica no tanto en la forma en que murieron como en la forma en que se
prepararon para la muerte, ya fuesen conscientes de ello o no: viviendo la
vida plenamente y no para sí mismos, sino para otros. Ninguna de ellas fue en
modo alguno perfecta, pero al servir a una causa mayor que ellas mismas, se les
dieron ojos para ver más allá de sus propias necesidades, y valor para soportar
el sufrimiento sin dejarse derrotar por él.
Una de las historias incluidas en este libro ocurrió tan repentinamente y es
tan reciente, que todavía intento adaptarme y comprenderla. El padre Mychal
Judge, monje franciscano y capellán del servicio de bomberos, se encontraba
realizando sus actividades cotidianas en su parroquia de San Francisco, en
Nueva York, cuando otro sacerdote entró precipitadamente en la estancia para
decirle que lo necesitaban con urgencia en el lugar de un gran incendio. Era
ix
No tengas miedo
Introducción
el 11 de septiembre de 2001 y el lugar afectado eran las Torres Gemelas del
«World Trace Center», que acababan de ser alcanzadas por dos aviones secuestrados
y se hallaban envueltas en llamas.
Tras ponerse precipitadamente el uniforme y acudir presuroso al centro de
la ciudad, el padre Mike no tardó en encontrarse arrodillado en una acera,
junto a las Torres Gemelas, administrando los últimos sacramentos a un
bombero alcanzado por el cuerpo de una mujer, caído desde lo alto. Mientras
rezaba por el hombre, el propio padre Mike fue alcanzado fatalmente por una
gran cantidad de escombros.
Además de su trabajo como capellán del departamento de bomberos de
Nueva York, el padre Mike también era un destacado defensor de la gente que
moría de sida, y se le conocía en toda la ciudad por el amor que demostraba
hacia los oprimidos. Con un puñado de dólares «rescatados» de amigos que se
podían permitir el lujo de prescindir de ellos, siempre tenía algo que dar a una
persona necesitada que encontrara en la calle.
Conocía al padre Mike. En 1999 viajamos juntos por Irlanda del Norte,
con un amigo común, el detective Steven McDonald, de la policía de Nueva
York, promoviendo el diálogo y la reconciliación. En el año 2000 hicimos un
segundo viaje a Irlanda y, en el momento de su muerte, estábamos en las fases
finales de la planificación de otro viaje similar a Israel y a la orilla occidental
del Jordán.
El padre Mike empleó los últimos minutos de su vida sobre la tierra en
infundir ánimo en otra persona, volviéndola hacia Dios y, dicho del modo
más sencillo posible, esa es la misma razón por la que he escrito este libro: para
infundir al lector el ánimo de dirigirse hacia Dios. Tal como demuestran las
historias aquí narradas, en Dios se encuentra consuelo y fortaleza, incluso para
el alma más angustiada.
J . C . A .
R i f t o n , N u e v a Y o r k
1. Fundamentos
Mi hermana Marianne murió un día después de nacer, cuando yo tenía
seis años. No llegué a verla con vida y, sin embargo, influyó sobre mi
infancia como muy pocos otros seres lo han hecho. Su nacimiento y muerte
causó un impacto decisivo sobre mis hermanas y sobre mí y, años más tarde,
también sobre mis propios hijos.
Era el año 1947 y mi familia vivía en los bosques perdidos de Paraguay, en
una pequeña comunidad cristiana que hacía funcionar un primitivo hospital.
Poco antes del nacimiento de Marianne, tras dos días de un parto extremadamente
difícil y amenazador para su vida, el corazón de mi madre falló de
repente. Afortunadamente, el personal del hospital la pudo reanimar, aunque
permaneció inconsciente. Mi padre rogó a los médicos que le practicaran una
cesárea, pero éstos le advirtieron: «Su esposa morirá si operamos. El único
modo de salvarla es abortar al bebé; en caso contrario, ambos morirán, la
madre y el bebé».
Fue una situación increíblemente difícil; mis padres estaban firmemente
convencidos de la santidad de toda expresión de vida. Papá salió a los bosques,
para rezar a solas.
Cuando regresó, mamá había recuperado el conocimiento, aunque su estado
seguía siendo crítico. Entonces, inesperadamente, el bebé nació de modo
natural. Tenía un pequeño hematoma en la cabeza, provocado por los instrumentos
utilizados, pero, por lo demás, parecía sano. Mis padres estaban
No tengas miedo
Fundamentos
seguros de que el desenlace se debía a la intervención de Dios.
Mamá, sin embargo, tuvo la sensación de que el bebé no estaba del todo
bien. Marianne no lloraba y tampoco abrió los ojos. Murió al día siguiente.
Pocas semanas más tarde, mamá le escribió a su hermano, en Alemania:
Resulta muy duro admitir que esta niña, que tanto deseábamos y que nació
en medio de tanto dolor, nos había dejado antes de que tuviéramos tiempo
de conocer qué clase de persona sería. A veces, todo lo sucedido parece irreal,
como una pesadilla fugaz. Pero cuanto más lo pienso, más agradecida
me siento por el hecho de que Marianne naciera con vida. Nos aportó una
gran alegría, aunque sólo fuese por unas pocas horas e indujo un amor más
profundo del uno por el otro. De este modo, y a pesar de la brevedad de su
vida, tengo la sensación de que cumplió una tarea en la tierra.
En cuanto a papá, durante el resto de su vida se sintió agradecido a Dios por
no haber tomado la decisión de abortar al bebé. La experiencia consolidó
su convicción de que la vida de toda alma sobre la tierra siempre tiene un
propósito divino, por muy breve o larga que aquélla sea. Me transmitió a
mí esa misma convicción, en forma de un profundo respeto no sólo por el
misterio del nacimiento, sino también por el de la muerte y por la naturaleza
sagrada de toda vida humana, independientemente de su duración.
Por aquella época, claro está, yo no era más que un niño corriente, que únicamente
hacía travesuras y que con frecuencia se metía en problemas. Como
la mayoría de los otros chicos con los que crecí, sentía verdadera pasión por
cabalgar a pelo y por las secretas excursiones de caza, y me encantaba observar
el trabajo de los gauchos con sus rebaños y cómo montaban sus caballos. Mi
imaginación se desbocaba con el sueño de convertirme algún día en un gaucho.
Sin embargo, el impacto de Marianne sobre mí siempre estaba presente,
como una semilla que germinó lentamente y que echó raíces en mi corazón...
donde todavía está.
La vida era exuberante en nuestro paraíso, pero también nos acechaban la
enfermedad y la muerte. En el hospital de la misión, donde a menudo acudía
No tengas miedo
Fundamentos
en compañía de papá para entregar alimentos y suministros, observábamos
cada día atisbos de la miseria humana. Muchos de los pacientes sufrían malnutrición.
Predominaban la lepra y la tuberculosis. Había casos de partos muy
complicados, los niños morían de afecciones respiratorias, de meningitis o a
causa de la deshidratación, y había hombres heridos por árboles caídos o por
machetazos, tras peleas entre borrachos.
Papá nos hablaba a menudo de Jesús y de cómo llegó para consolar a los
pobres. Nos habló de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, lo habían
abandonado todo en nombre de Jesús. Una de nuestras historias favoritas era
la de Vassili Ossipovitch Rachoff, un joven aristócrata ruso que abandonó a su
familia y toda su riqueza y se dedicó a ir de pueblo en pueblo para ayudar a los
que sufrían y a los moribundos. Pensé mucho y con frecuencia en Rachoff.
Durante mi adolescencia, pasé varios meses lejos de mi familia, trabajando
en una misión en Asunción, la capital de Paraguay. Mi trabajo consistía principalmente
en realizar recados y hacer todo tipo de tareas en la casa.
A menudo me saltaba el servicio religioso dominical y desaparecía en los
barrios pobres, donde tenía muchos amigos. Sus condiciones de vida eran
abrumadoras: atestadas cabañas de bambú recorridas por canalizaciones abiertas
de aguas fecales. Las moscas y mosquitos eran horrendos. Cientos de niños
deambulaban por los callejones, muchos de ellos huérfanos, convertidos en
expertos ladrones. Algunos trabajaban como limpiabotas, a cinco centavos
el par de zapatos, un trabajo que me parecía tan intrigante que no tardé en
conseguir una caja y unirme a ellos siempre que podía. Poco a poco, algunos
de aquellos muchachos me fueron contando sus vidas. Los padres de muchos
habían resultado muertos en peleas o por las enfermedades tropicales. Habían
visto morir a hermanos a causa de enfermedades o deficiencias y ellos mismos
sólo sobrevivían sumidos en condiciones de vida muy duras, rodeados por el
temor y el peligro constantes.
Al estallar una revolución en la ciudad, buena parte de los enfrentamientos
armados se produjeron justo en nuestra calle. Oímos el retumbar de los cercaNo
tengas miedo
Fundamentos
nos tanques y el fuego de ametralladora por la noche. Las balas silbaban sobre
nuestra casa. Desde las ventanas vimos a soldados que resultaban muertos.
Aquello era la guerra y yo sólo tenía trece años, estaba lejos de mi familia y me
sentía asustado. ¿Y si me disparaban?
Mi tía abuela Mónika, que vivía en la casa con nosotros, observó lo asustado
que estaba y me consoló. Enfermera de profesión, Mónika había servido
en el frente durante la Primera Guerra Mundial y me contó que los soldados
moribundos recostaban la cabeza sobre su regazo y sollozaban como niños
pequeños en su dolor y en su temor ante la muerte; lloraban con remordimiento
por sus pecados y se angustiaban porque ya nunca volverían a ver a
sus seres queridos. Gracias a su profunda fe, Mónika los había conmovido,
consolado y guiado hacia Jesús antes de que muriesen.
Sin embargo, una pregunta seguía royéndome: ¿Por qué tiene que morir la
gente? ¿Y por qué hay tanta maldad y perversidad en el mundo? Mónika me
leyó el pasaje de Romanos 8 acerca de cómo toda creación anhela la redención.
Aminoró así mis temores y, especialmente, mi temor a la muerte. Lo mismo
que papá, me dijo que en alguna parte del universo Dios prepara un lugar para
nosotros y yo tuve la sensación de que se trataba de un lugar muy real y no
de algo abstracto. En muchas ocasiones me sentí tranquilizado por esa convicción.
También encontré consuelo en la maravillosa promesa que nos hace
Jesús en el Evangelio de Mateo, 28, 20: «Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo».
Unos diez años más tarde me encontré de nuevo con la muerte, de una
forma muy personal. (Mi familia vivía por entonces en Estados Unidos, tras
haber abandonado América del Sur, para ayudar a construir una nueva rama
de nuestra comunidad en Rifton, Nueva York.) El Movimiento Pro Derechos
Civiles estaba en todo su apogeo y nadie podía ser indiferente al mismo. Martin
Luther King fue y sigue siendo para mí una figura inspiradora. La fe que
tenía en la causa de la justicia era inconmovible y parecía no tener ningún
miedo, a pesar de ser odiado por tantos y amenazado con tanta frecuencia, por
No tengas miedo
Fundamentos
lo que la muerte debió de haberle acechado continuamente en el fondo de su
mente. Así lo admitió pocos días antes de su asesinato y explicó también por
qué se negaba a ceder ante el temor.
Me gustaría vivir una larga vida, como a cualquiera. La longevidad tiene su
valor. Pero ahora no me siento preocupado por eso. Sólo quiero cumplir con
la voluntad de Dios. Y Él me ha permitido que ascienda a la montaña. He
mirado desde allí y he visto la Tierra prometida. Es posible que no llegue
a ella con vosotros, pero esta noche quiero que sepáis que, como pueblo,
¡llegaremos a la Tierra prometida! Así que esta noche me siento feliz. No me
preocupa nada. No temo a ningún hombre. ¡Mis ojos han visto la gloria de
la llegada del Señor!
La vida de Luther King me transmitió un mensaje importante. En la primavera
de 1965 un amigo y yo viajamos a Alabama y experimentamos de primera
mano el profundo amor y humildad de Luther King. Estábamos visitando el
«Instituto Tuskegee» cuando nos enteramos de la muerte de Jimmie Lee Jackson,
un joven que había sido gravemente herido ocho días antes, cuando la
policía disolvió una manifestación pacífica en la cercana ciudad de Marion.
Más tarde, los testigos describieron una escena del mayor caos: espectadores
blancos destrozaron las cámaras y dispararon contra las luces de las farolas en
las calles, mientras la policía atacaba brutalmente a los manifestantes negros,
muchos de los cuales rezaban en los escalones de acceso a una iglesia. Jimmie,
que había visto a un policía estatal golpear implacablemente a su madre, atacó
al hombre y recibió un disparo en el estómago y fue golpeado con porras en
la cabeza hasta que casi lo mataron. Al negársele el ingreso en el hospital local,
lo llevaron a Selma, donde pudo contar lo ocurrido a los periodistas. Murió
varios días más tarde.
Ante la noticia de la muerte de Jimmie nos dirigimos inmediatamente a
Selma. El féretro, expuesto en la capilla Brown, estaba abierto y aunque el
encargado de las pompas fúnebres había hecho todo lo posible por disimularle
las heridas, no pudo ocultar las peores, recibidas en la cabeza: tres hendiduras,
No tengas miedo
lunes, 3 de agosto de 2009
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